Quejarse del
trapo que ha quedado sucio a la hora de ser usado me molesta. Quejarse del
arroz pasado, del amigo que subió el tono de voz, del coche y la mancha fecal
que produjo algún pájaro, del mal humor de las vecinas de San Isidro al ver a
los niños revolviendo la basura en las calles, me fastidia. Nada de esto vale la pena.
Quejarme de
los días de calor insoportables del verano, seguidos de las dos gotas de lluvia
que cayeron y se inundó, de la ausencia en cualquier sentido de alguna
histérica que beso de vez en cuando, del polvo de las repisas que no limpio,
del que no me echo…. Quejarme de que mi viejo lleva años quejándose, quejarme
de la estupidez de mis pares, del tránsito, de los piqueteros, de los corruptos
y los policías mafiosos, del dinero y del combustible, y de los trámites que me
rompen soberanamente los testículos…
Quejarme de la
inmadurez de mis amigos, de la mía, quejarme de mis decisiones, del amor, de la
risa, de vos, de mí, de eso… Nada de esto me preocuparía tanto si no me quejase
del teatro.
El aburrido
siempre se queja porque no quiere divertirse, es así de simple, y hace rato que
no puedo dejar de aburrirme de estar tan aburrido porque sólo escucho quejas, y
más quejas, mías, tuyas, las de tu entorno y las del mío, tengo las orejas
disecadas pues ya lo escuche todo, mis genitales están inflamados (tengo las
bolas llenas) de tantas patadas que nos damos todos mutuamente al quejarnos.
¡Hoy quiero avisarle a todo Buenos Aires que estoy abultado! y no porque me
considere un alienígena, todo lo contrario ¡hoy me siento tan porteño!… Todavía
no barrí el suelo de mi pieza la cual se convirtió en un cementerio de uñas y pelusa,
de mugre y humedad, de libros y libros a medio leer, hoy me encuentro
re-podrido de escribir, tan aburrido que simplemente expreso lo que me pasa:
¡tengo ganas de que por una buena vez me pase algo interesante como laburante,
como estudiante, como amante, como persona que quiero ser! ¡Estoy cansado de la
locura que genero, de los ruidos y más ruidos en tantas voces que tengo
adentro! ¿Para qué carajos me abre fumado hoy?
Hoy, que acabo
de mandar al mundo a la re-puta-madre que los re mil parió, a través del
inodoro mientras se escucha como se estruja por el conducto una vez apretado el botón.
Tengo en mi
mano los restos de un mosquito el cual acabo de aplastar contra la pared por
sus sunvidos, y que lamentablemente me obligó a buscar un trapo, que estaba
sucio, para limpiar mi sangre-nutriente de la pared manchada, blanca pared
recién pintada…pero no me siento extraño por haber escrito la palabra
“zumbidos” con “s”; “n”; “v”: Me aburrieron las formalidades.
La verdad de
todas las certezas se encuentra en el alma, por medio del corazón sólo tienen
sentido los asquerosos pensamientos. Son repugnantes siempre, nunca dejarán de
contaminar la naturaleza, jamás dejarán de producir lo que se necesita para
reafirmar la mierda que los sofistifican. Retroalimentan la realidad gracias a
su perra verdad-presente que vagabundea entre el suelo y la carne, detrás de
cielos huérfanos, dentro de toda red banal, precoz, abundante en su miseria por
no justificarse en su historia: Basada en los “Grandes Señores de las estafas”,
vivir para conformar tres pilares ambiciosos (sexo-dinero-prestigio) en sus
demandas mutiladas, mutilantes, me entristece, nada de esto me interesa…
Detesto la realidad, mi realidad de argentino. No rechazo mi país aunque no
crea en la patria, considero a la democracia como la única posibilidad pero me
da nauseas nuestra identidad perversa de pordioseros disfrazados, siempre
tenemos que ser espléndidos, puesto que el destino nos poseyó de la más
exquisita de las grandezas. ¡Jamás nadie nos prometió un destino de distinción
y lo que nos distingue es todo el excremento que alguna vez mordimos, el mismo
que trajeron nuestros ancestros con la esperanza de hacer la América, mezclado con
nuestros genes viejos y fachos! Somos de todas las mezclas la más fétida,
comimos mierda creyendo su olor a caviar como tal en pleno momento de
regeneración vital. Hoy nuestra raíz se Queja, llora y patalea mientras dejamos
de vestimos de seda.
Nos quejamos
de que vivimos quejándonos, todo el mundo parece tener fundamentos, desde
Zulema y las plantitas que le puede romper Juancito si sigue jugando con la
pelota, hasta Grease y los veinte mil pesos que le tiene que pasar el exmarido
para mantener a los peludazos hijos, pasando por el enojo de los de Berazategui
con Maru al decir gansadas, no por irónica sino porque es gansa, como todos los
boludos que siguen la pelea Mario/Marcelo que podrían garcharse un buen rato.
Estoy podrido
del turco, de los chimentos, de las polémicas baratas de gente rica y con
prestigios derechos, de los ideales de terciopelo y de las manos anilladas en
dorados por canjes, de los rondadores olvidados por las altas enseñanzas que
deambulan descalzos a la noche buscando sobras de los “Grandes Señores de todas
las Quejas”. Me encuentro harto de todas las mentiras que aprueba nuestra
sociedad pajera por haber tantas lloronas que se deprimen porque Milton se fue
de Mambrú, y porque los jóvenes se dicen rebeldes y no son más “wey” porque
cagan tanta materia fecal de esos esfínteres abiertos que tienen, que les
brotaría la caca por los poros, no les importa vomitarse en sí mismos cuando
hablan de su imagen como el valor que los hará independientes, aunque nunca se
hallan propuesto si quiera afirmarlo al decir “corte, esta todo bien”.
Y hablo porque
es tan fácil soltar la lengua para lastimar, discutir por cosas que no valen la
pena, pero es tan fácil quejarse en este país como lo es olvidar. Me quejo y me
seguiré quejando de la cultura que nos representa, desde la más purista por
pretender ser única hasta la más “piola” y sin pelos en lengua porque al mearse
la protege los pañales que posee por sucia irresponsable (y no porque no halla
sabido lavarse y comprometerse) me quejo de la irresponsabilidad de los
representados de una cultura que me aburre.
Me aburro y me
seguiré aburriendo de una sociedad que debe saber que el pupo no es un órgano,
rascárselo no produce ningún placer, pero vivo en Buenos Aires en donde
alardear y quejarse, matarse por un Boca y River es exageradamente posible
cuando el ombligo está acostumbrado a estar prolijo. Somos un pueblo que
necesita trabajo, ensanches del espíritu, y sobre todo poder hacer bien el
amor… en su calidad más perpetua.
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