Paradojas en el vestuario

De la explosión llegaron al baúl pocos recuerdos, dirá que fue necesario, ni sí, ni no. Dirá que fue un caso de vida o muerte, de las suyas… de ambas. Allí vació su armario, después mudó el baúl dentro del placard resolviendo que no hay diferencias entre la realidad y la ficción si “todo fluye”.
Pegó, recortó, coció concatenando los restos de telas aniquilando su ansiedad, reforzó el pantalón lastimado con parches de restos, restados antes. Se contrajo, se expandió, se reunía y escapaba pero se animó a querer seguir aunque se perdiera tranquilo, en paz por vez primera en su profundidad. Presente donde se captaba sin saber hacerlo más que en el preciso momento en que sentía el espacio surgido, consagrado mitad azar y, mediante sus juegos, mitad consecuencia de miles de varios movimientos. Y allí era desnudo, habría de elegir un póster para descansar la vista cuando llegase la computadora, ese de Homero Simpson parodiando un Da Vinci, querría las texturas menos ásperas de todos sus ropajes mientras sintiera ternura o ganas, soportaría deshacerse de sus disfraces de Peter Pan y Sherlock Holmes, también de sus super héroes o villanos más preciados. Lo decidió antes… con la caída de bonetes adheridos al suelo entre guirnaldas y restos de piñatas desteñidos por el sudor, fue su arte el destronamiento.
Sobre todas las ropas envidiaría la que ya no se puede admirar, advertirlo no era simplemente anhelar un ideal de belleza imposible de materializar, además requería ponerle un rombo a los agujeros en los parches, remendar al remiendo anunciaba el final… envidió lo que se busca tristemente lejano hasta dejarse vencer, hasta desgastarse descifrando las secuelas de un veneno: aquella prenda era ancha, imposible de recortar, picardía, inapropiada pero estupenda, burlona de sí, resistente al no… aquella testaruda que no es fácil desvestir porque debajo siempre encuentra otro vestido superpuesto que cuando se logra quitarla, aunque carezca de rayas, reaparece en formas y tonos estupendos, y cuando no, salta desde otro atuendo acorde, pero inesperado, con alguna corbata verde agua o moño elástico a lunares colorados para hacer los chistes más tirantes y lastimeros en la garganta.
Un vestuario que como las galaxias supiera extenderse y concentrarse simultáneamente afirmando la dicha de portar la belleza más aprobada al irse sin importancia y regresar extrañada. Pero él aquí y vos en cualquier parte, quizás en una época de cables en nervios ¿A quién le atraen ahora las lógicas binarias sobre la trama que se prende cual llama condenada a explotar tremenda? ¿Dónde hay alguien que todo lo puede y se esfuerza omnipotente? Entonces y siempre, aparece otro sonriendo como un delincuente, aquí o allá ese doble simultáneo, que en la rima ya promete más velocidad, esa que tanto persiguen los hombres en electricidad… se sabía amante con el cuerpo a secas, a entregas ¿Cómo no la intriga de su piel por fuera? ¿Cómo no la encarnación de una burla que lo prenda?
Un vestuario imposible porque su afirmación toda vez se burla y sin querer se niega la posibilidad de llevarse los premios, ese quitarse molesto por el sudor de un cosquilleo inquieto en un momento intenso. Cuando ya se le permite al deseo ser compartido, después de ser correspondido, y así desnudo, destejidos al fin los hilos del tiempo, nadar por los sentimientos enaltecidos o renovados, aquellos que devuelven la alegría de ese “querer seguir”, siempre seguir aun detenido, ya no errando en lo continuo sino sujeto y contemplando desde algún sendero. Aprendiendo a olvidar las lenguas chillantes, y de entre ellas las irrisorias que revisten a la comedia, contemplarlas sin más… sólo cuando vistan inesperadamente para un sí, para un no.
Relegarlas todas en el instante ni bien pretendan suplir y remendar estúpidamente la sensualidad en su arte… ¡¡que es siempre un premio para alguien!!

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