Umbrales del Teatro

Poquitos años reunía cuando en cuatro patas brincaba entre los yuyos, pudo haber surgido de entre los zapallitos en esos jardines verdes y florecientes en donde jamás aprendió a caminar por correr desesperado detrás de alguna ninfa para que lo amantase como le indicaban picarescamente los sátiros. Quisiera haber sido de entre los rábanos y demás tubérculos, o de aquellos higos excitantes que como él solían caer casi maduros pero en su caso por los tropiezos, saltos sin destinos, era común en ese cuerpo salvaje no decidir los recorridos durante el sentimiento nostálgico que lo mantenía cerca de los prados como si alguna vez hubiera sido algo de los vegetales… pues, no siempre de impulsos animales librados al azar conoció al mundo, no siempre se rendía frenético ante los perfumes de las hembras porque él mismo había sido mujer nada menos que en percepción y apariencia. Oculto ante las nefastas represalias de quién pudiera sentirse traicionada, en un machito cabrío se cultivó por los bosques, escondido de su madrastra reina de la casta divina y diosa de la atmósfera, esposa legítima de su padre Zeus, quien enviaría a los Titanes engañando con juguetes para descuartizarlo en diez mil pedazos entre golpes y enérgicos machaques, que llegaron a reventar moretones soltando sus jugos pronto esparcidos, ellos regaron a su abuela la tierra madre de todos los frutos… reuniéndose cada parte pese a lo hervido y devorado fue brotando. Hilado como una enredadera en bolitas coaguladas se guardó la sangre morada del dolor, de todo el horror tan irreparable que sólo pudiera moverse hacia la alegría más codiciada, misma sangre que sabría fermentar y enloquecer.
De escondites vivió la infancia, más patente que su origen bastardo es el reconocimiento de una fuertísima verdad en el momento del resplandor más intenso, aquella que le dio la vida para su segunda gestación concibiéndolo entre lo fétido, en el muslo del mismísimo poder creciendo al instante de los estruendos que su padre maternalmente emitía después de una comida suculenta, condimentada con la nobleza que le fuera negada ¿Qué destrezas tan amenazantes se conjuraron en él que había sido dos y luego varios sobre todo lo bajo desde los tiempos inmemoriales? ¿Qué mayor exceso se registra en la estética de cualquier arte que haber nacido antes de tiempo a los seis meses por la incineración de su madre en un acto de amor y compasión, luego renacido del culo del máximo dios, y por último, bestialmente sexualizado en las edades de juego primero en la antinomia de género cuando fue niña y después en el animal con mayor carga erótica del mundo helénico? Repleto de contrastes, erecto y ampliamente testiculado pero híbrido de espíritu, impuro de tanta resonancia vital en todo lo que esplende al poder, ése… fue Dionisio, el bárbaro navegante de pleno contacto con el Oriente medio, de epifanías múltiples y brutales que ya en sus apariciones, incluyendo las de toro, león, leopardo o cuanto animal exótico docilizado por el vino aumentara su cortejo báquico, o en sus ocultamientos, como la cosecha que muere en invierno para descender al infierno a identificarse con el propio Hades, revela la liberación total ante la posibilidad de haber estado entre todos los entornos, la obtención de una espontaneidad inaccesible para los hombres ¿No fue quizá error de la vengativa Hera al no darle pertenencia sobre ningún ambiente lo que en principio lo expropia en un otro de sí, y en lo improbable de ser después de todos, antes que cualquier exceso?... Dionisio fue todo lo otro.
El nacido dos veces se unirá a Ariadna, la santa por él rescatada, su única compañera verdadera con quien ascenderá finalmente a los cielos según se contaba, y así fue por fin admitido el dios agrícola… la exégesis occidental del Teatro. Su relación con lo vegetal, la hiedra y la vid, está mediada por la reparación del cuerpo gracias a la intervención de Rea, la versión olímpica de Madre Tierra, y más allá de recordarnos el modo en que los Titanes machacan hasta sus partes a las uvas, la elaboración del vino es algo que él mismo descubre y que divulgará ya en edad adulta como un evangelio por todos los pueblos que visite, pero enloquecido fervorosamente por los efectos de su madrastra ¿Tal vez era peste y sólo contagio? Serán otros mitos los que refieran más específicamente a su costado femenino y netamente vegetal, pero en un mismo tejido existen las varias traducciones del chivo educado y alimentado entre ninfas luego de varios escondites para por fin decantar en el azafranado dios del vino siempre orgiástico y excedido. Aquel que dejaría de bailar y cantar cuando empezó a corporalizarlo todo, inclusive lo que desde la oralidad pudiera o no vociferar poéticamente en embriaguez: los relatos partidos de sus hazañas expuestos con un gran lirismo en la danza circular por el corifeo o jefe del coro ditirámbico, encarnando allí al dios por desprendimiento de las partes cantadas al intercalar adaptaciones del mito para reactualizarlo en recitados. Pero dicho acontecimiento coincide con un final, un modo de celebrar el ritual religioso y cívico estaba muriendo mientras se erigía como hecho institucional, el Teatro en su primer umbral, constituido así en una soga bien tensa que tira la música plastificable desde un extremo, y la literatura escrita en dónde comienza a ser registrada la historia, por el otro. Comercio, oficinas gubernamentales y cortes de justicia cesaban sus actividades cuando el concurso ofrecido por los repertorios y compañías de tragedias, dramas satíricos, y comedias, daban sus lecciones a todo el pueblo ateniense, de obligada concurrencia pese a la clase o edad, lecciones dirigidas por medio de un ejemplo cuando reunidos todos, sobre la concavidad de una ladera, eran invitados a sentarse en un semicírculo frente a los actores, antiguos miembros del coro, ahora en el rol de espectadores que conocen los mitos pero sin dejarse de asombrar por las versiones de cada espectáculo, cuya majestuosidad, ya por la acústica del hueco entre montañas o por la máscara de los personajes que hacia las veces de parlante amplificado, se fundía en el instinto primitivo y alguna vez olvidado donde el ensueño comenzó a representar el mundo… gracias al efecto de ése público ideal que personificara el coro.
Pero además éste arte será el eslabón perdido que separa a la religión de la política justo cuando aparece el ciudadano de la polis, con su poderío tan cruel como ingenuo al saberse democrático porque ya no busca causas afuera sino que se exige en la voluntad individual propias acciones, la que se aleja de las jerarquías ideales para tratar sobre la risa y la buena vida como camino directo a la felicidad, preocupación tan antigua y sin estribo según las razones modernas. Jovialidad de los cuerpos frente a un secreto resentimiento a toda verdad más que la promocionada o correcta, en donde se amasará el muy oscuro animismo ya en el siglo IV antes de Cristo, y que sin embargo, le innovará el rito a la burla en fechas determinadas con el carnaval siempre que el tiempo no sepa más, cuando ya no puede más que continuar narcotizado ante los léxicos de la representación, a última escala incluso lingüística, conciente de la batalla retórica ¿O a caso la única falta de Sócrates no haya sido más que ver representadas en un irresoluble combate las fuerzas excepcionales del poder, comparables sólo con la destreza del gladiador desde su espectacular defensa en la que estaquea a la fiera aunque se encuentre elocuente hasta perecer? ¿No será que sin saber nada hizo de su lengua una lanza tan terrible como para saborear los resultados de un veneno y aún herir de muerte a la sofistica? no lo sabremos porque su voz, un tanto ficcional otro poco verídica, es emanada en escritos por un dramaturgo frustrado que también fue el primer filósofo de Occidente. Pero más allá de las razones, ganancias o pérdidas, siempre que el tiempo no pudo más que sostener el mismo ritmo fue que hubo algún intento de eternizar una verdad, después de reconocerlo… quedan simples sonrisas y una inmanente teatralidad. Los que sí pudieran vencer al ritmo impuesto murieron ejemplarmente, y en ello la historia ha sido cíclica.
Así, lejos de un umbral mitológico, el Teatro tuvo sus años primordiales que le acercaron más autonomía al espectador cuando se comenzó a reflexionar trágicamente sobre el destino o los caprichos divinos y cómicamente de los esfuerzos humanos, en el contexto especial de la fiesta, ese fuera de tiempo que rompe tabúes sociales distorsionando conductas, allí el vestido y las comidas son diferentes, en ella se forja el modelo de toda enseñanza, de toda la sociabilidad gracias al mito absorbido por la literatura que versiona su composición para entrar en los problemas del poder, basados en ambivalencias y contrariedades que bien toma el autor teatral según sea su arte: la épica tradicional para la tragedia, y las historias inventadas para la comedia, mayormente parodias del héroe trágico, amado unas veces y otras repelido por el coro representante del pueblo en las obras. En otras ocasiones la comedia caricatura personas de la vida diaria. Las temáticas del Teatro Clásico, entre las que se incluyen las del romano seducido hasta adoptar como propio al universo ateniense en su cosmogonía, pero también en su episteme, las bases rituales que eran representadas en las esferas helénicas, referidas a la grandeza o caída del héroe, a la desmesura, al cambio de poder en acciones siempre ejemplares, a la conquista del sexo, a la guerra promotora de la muerte, a la liberación o no de la opresión cuando la energía dionisiaca intenta resquebrar el espíritu apolíneo, batalla tan teatral en la que el ensueño bajo la ley divina se enfrenta radiante, en tanto principio de individuación, contra la embriaguez del instinto… esas fuerzas pasarán a tematizar, más allá del dominio económico y militar de los romanos, como un triunfo cultural de los serenos atenienses.
Incluso mil años después como valor intrínseco del Renacimiento, los humanistas rescatarán sólo treinta y tres manuscritos de las trescientas obras realizadas por los trágicos, de las cuales siete son del más musical, Esquilo, ocho de Sófocles, el genio del oxímoron… y dieciocho del socrático Eurípides. Dato poco casual si se piensa que muchas de las obras perdidas fueron incineradas por los clérigos del medioevo, quienes para difundir su escolástica conservaron la teoría del no movimiento y la del conocimiento en tanto fórmula binaria pero no así el tratado de la risa, todos esbozados por Aristóteles. Los intelectuales de la Edad Media identificarían el Teatro con lo demoníaco, cerrándolo como al circo romano… sólo se lo esperaría invirtiendo las reglas en los carnavales populares, que asimilaron hacia los diablillos rasgos claramente dionisíacos, creando un mundo de dualidad cuando la vida era presentada con los elementos del juego, sin distinción entre actores y espectadores, para sacar al pueblo del orden feudal. De escasa gana se toleraría dicha festividad en donde la gente igualaba el mismo modo de percibir más allá de los lazos familiares, el empleo o la fortuna, incluso se volvía a un sentimiento semejante y bordado por la carcajada más allá de la edad. Pero también aparecieron estructuras teatrales en el altar para educar de manera didáctica al campesinado inculto puesto que la escritura sólo era un privilegio de la iglesia cristiana, y mientras divulgaban su dogma que enunciara como axioma “castigar el cuerpo para salvar al alma”, la actuación se estaba perdiendo. Con todo, sobreviven gloriosas piezas como Las ranas, en la que un Dionisio representado escatológicamente desciende al Hades para traer a Eurípides a la vida, entre erutos, gases, y puro ruido por el croar de un coro de ranas, ingresa al reino de los muertos, momento de suma comicidad por lo que el espectador no quedaba excluido, el dios juzgará quién es el mejor delegado de la tragedia: Eurípides será burlado porque en su llegada como un ánima más, le quita el trono a Esquilo por mediación de los criminales que lo consideran su favorito, y mientras aquellos combaten con argumentos a veces ridículos, Sófocles disfruta del trono en dónde reina a los trágicos como suplente en ésta disputa. En dicha comedia se pesarán las poéticas en una balanza, pero la de Esquilo perdura entre los vivos… la ironía se hará excelsa cuando se cuestione a la juventud ateniense: Aristófanes contemporáneo de estos trágicos, en la voz de Esquilo, expresa que los cuerpos de los jóvenes ya no están ejercitados para el combate puesto que ahora, gracias al estilo de Eurípides, se filosofa en plazas acerca del espíritu. Quizá de este modo el comediante pudiera indicar sus deseos de limpiarse el trasero con toda la obra euripidiana, y por el contrario, admirar el belicismo desde la corporalidad en Esquilo… pero el reproche no puede ser a un solo hombre, ya ni a su maestro o a sus armas dialécticas, aunque la tradición por la cual muere la tragedia griega instituyese la extirpación del coro, y con ella, el retiro del instinto de exaltación donde actor y espectador eran lo mismo ¿Cómo en su apogeo la comedia no iba a ser nada más ni nada menos que pulla de ésa tradición? será con la hegemonía de la mímesis en tanto único deseo y placer por la representación, esfera del espectáculo y final del rito, el lugar en que la palabra ancle las acciones al explicarlas según una introducción, un nudo y un desenlace, linealidad con la que Apolo ordena y desplaza de la escena a Dionisio por su imagen imposible. Allí se inaugura todo el olvido que hubiera de refugiarse con la instalación de la burguesía, de la obra como mercancía cuando el actor ya no represente la fervorosa pasión en constante movimiento, ahora hasta se le escribe para que represente al espectador.
Cada vez que la razón choque dramáticamente con las emociones, umbrales sublimes harán del teatro moderno un arte de la bella alquimia, desde los ingleses isabelinos, sobre el montaje de claroscuros que se mezcla entre el sueño y la vigilia en los artistas barrocos desde el siglo de oro español, e inclusive, durante la fiesta italiana del siglo XVI que influyera en giras por todo Europa a Shakespeare, Lope de Vega, Molière o Goldoni. La llamada Comedia del Arte tendrá al actor en el centro del hecho teatral bajo el ingenio de la improvisación, y por vez primera en la historia del teatro, la mujer se vuelve actriz. Además de actores, los cómicos eran acróbatas, mimos, bailarines, músicos, cantores, recitadores… así surge el espectáculo completo en teatros de feria que tuviera sus muchas similitudes con los juglares, bufones, mascaradas, e inversiones de los carnavales medievales y renacentistas ¿Ocultamiento espectacular: disfraz? En esta variedad de posibilidades ofrecida por la improvisación había, no obstante, elementos fijos: enredos que se repetían pero sin frases marcadas, tipos de máscaras, colores y vestuarios que codifican ciertos roles, tal como sucede en el teatro oriental donde el espectador reconoce a un personaje por los rasgos visuales, así, se establecía un equilibrio entre la actuación libre de marcas preestablecidas, y las tipificaciones de vestidos o actitudes. Mientras las rígidas sistematizaciones encuadran el teatro de autor que divide la pieza escrita en actos y escenas, agregándole “didascalias”, allí en el espacio de caja escénica, matriz de todo naturalismo, del psicologismo realista, resalta un modo de actuación histriónico, impredecible pero exquisito en libertad y juego, en metamorfosis, a veces de ritmos esquizofrénicos. Pero los actores serán testigos del umbral muy contradictorio que bien define al teatro en su lenguaje paradójico… ahora el bufón no se cría más en jaulas entre animales, no crece deforme por las incomodidades del cuerpo en pleno desarrollo, ya no es más atracción del rey, espectáculo en sí, ahora se especializa como arlequín y se irá haciendo menos nómade, se vuelve un profesional: él que es todo lo exótico, lo otro cifrado en lenguaje lúdico, en sí la teatralidad, deja los parches que cubrían agujeros de cada tropiezo en sus pantalones, todos esos parches se convertirán en rombos estilizados cuando Arlecchino devenga en Pierrot, su versión francesa y más promocionada.
Habrá que esperar a Meyerhold en el siglo XX para revelarnos a través de su grotesco, toda la genialidad del arte teatral que siempre fue exaltación y especialidad del cuerpo presente antes que cualquier otra condición, ya su forma o contenido, pero siempre el cuerpo y su aspecto invisible aunque corpóreo que es la voz.

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