La noche en que los
astros se estrellaron contra el barro tus húmedas pupilas se iluminaron en la
desilusión mientras decidiste seguir cabalgando.
La sangre derramada
del bufón que originó el poder del trueno, olvidó a las nubes desnudas en
inspiración, y así viajando, recordaste las dulces lluvias de julio.
Las tormentas cesaron
ese verano en que la nieve no se ocultó, el sol siguió brillando a pesar del
dolor traicionero de un amor mendigo en el trono de los astros.
Pero sólo despertaste
cuando el hielo dejó de adornarte y en una hermosa piedra preciosa te
transformaste cuando conociste la exuberancia del anciano que recuerda al niño,
de esa flor que no seduce, del reloj que no olvida su imaginación, del
horizonte al alcanzarlo ante las avalanchas que se derriten en vapor de agua.
Como la ira que no
tiene tentaciones porque la locura enfermó al afecto, quien visita a la muerte cuando
esta ausente para no oler su obsesión. Como el olvido, el dios más cruel,
creado por la ternura cínica de la astucia pueril, un desinteresado racional
que cuando te acompaña logra hacerte inconscientemente culpable de elegirlo,
pero no te das cuenta de tus actos por ser hija del precipicio sin fin.
De ese modo, con toda
la tortura de tu inocente ausencia, el hechicero conspiró para sentirte
completamente llena en tus misterios sin sustento, sin saber que ese
sentimiento sería un infiel acompañante quien nunca te abandonaría en tus
excursiones buscadoras del extraño sabor de lo desconocido, del intrigante
perfume en lo execrable que evade las reglas de todos los estímulos sutiles del
esfuerzo.
Ese sentimiento que
enamora a la adrenalina invitándola a conquistar el alma. Y le agradeciste al
célebre innovador aunque te olvidaste de su extravagancia, adueñándote de lo
que muchos encerrarían en un manicomio. Y lo quisiste a ese ingenuo tímido,
sabiendo que si lo ocultas detrás del famoso artesano nunca destruirás tus
suspensos. Extrañaste al filósofo sin recordar al histérico soñador, lloraste
por el encarcelado y lo felicitaste al enamorado, aún sin poder desafiar a tu
cerebro quién quiso eliminar convenios y pactos.
Conseguiste comprender
al culpable, sin querer odiarlo asumiendo el crimen del que fuiste cómplice.
Pero aunque no sepas en que dirección enviarás tu carruaje y el barro de ese
pantano que estas atravesando se haya vuelto tu nebulosa, nunca podrás olvidar
a ése astro que aprendió a ser un pordiosero porque había conocido las
patologías de los discapacitados cuando era un niño prodigio.
Y te olvidaste de los
recuerdos ahora muertos, abandonando proyectos con ideales. Como siempre
regresas a tus orígenes que no reconoces, por ser esa ameba que flota sin un
rumbo fijo, sin saber donde estar parada. Porque sos amor y odio aunque no te
sientas, pudiendo provocar la risa en el llanto, sufriendo felizmente,
consiguiendo el asombro, admirándote aunque te tengas lástima.
Porque no sos nada
siendo todo, teniendo algunas mariposas y hojas secas del otoño.
Como siempre, yéndote
lejos para escaparte, pero ya la
Luna no te espera, la fantasía lloró demasiado en tu
despedida, ahora pisas más que firme sobre la Tierra aunque te parezca inconstante, la que no
te importa, por eso el éxito no siente... sufrís por no poder terminar tu
magistral escultura mientras creas complementos y te olvidas del propio olvido,
reclamando al ser humano que te resulta aburrido.
Y te vas, cuando menos
te esperan regresas, sin saber que estés donde estés, posees la vida del
enigma. Por eso existís, por ser ambigua, contradictoria y única, por lograr
confundirte al no conformarte. Con el sentimiento desamparado, teniendo muertas
diez mil vidas sin identificarte con ninguna porque tu capricho, quien siempre
consigue lo que quiere, ha sido tragado por la arena movediza, desde entonces
flotas en esa nebulosa… pero a tus caballos el miedo no los asustan.
Porque sos frío magma
que no se solidifica.
Pero nunca siendo
reflejo de espejos.
Dando rabia a los
enfermos sin cura ni vacuna.
Sabiendo dar vida a
los muertos, haciéndoles llorar por usureros.
Lastimando al dolor,
desdeñando la posibilidad de ser inmensa aunque te encuentres siempre cómoda en
la servidumbre. Pero sabes quejarte de la rutina sin comprender del todo con
quién podes salvarte al descubrir tesoros ¡y claro! tenes heridas las palmas y
no podes abrazarme.
Siendo todo sin ser
nada con tanto de vacío en el alma.
Ahora que dieciocho
inviernos soleados son testigos de cada cambio, ellos saben que se debe
experimentar con la adrenalina. Pero cuando te vas, todo es tan extraño que me
enloquece como poco a poco todo lo pierdo y te volvés más maravillosa ya que
sos la única que me arranca la alegría. Y cuando me haces el amor, puedo hacerle
la guerra al mundo sabiendo que triunfaré. Cuando me olvidas amarga y
despiadada ironía, siempre me asesinas. Y cuando regresas respetada y admirable
mía, conseguís entusiasmarme... sabes darme la vida.
En esa noche sobre la
que el sol brilla en algún lugar donde el mendigo reina, cuando la tristeza se
ríe del llanto, donde el amor destruye al corazón para que la nostalgia pierda
su memoria y el futuro sea el que espere a la esperanza. Y así juntos, tan
increíblemente matamos a la muerte.
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