¿Quién?


Nunca tendrá fin, nunca se irá, jamás tendrá la respuesta, y ello le otorga crédito a cada comienzo del fin. Quizá sea una justificación para la resignación, pero no es más que su realización, todo lo que puede pensar a través de sus sentidos cuando están activos.
Creer que la teología podía resolver el dilema lo aburría, no podía entrevistar a ningún dios. Ni mitos ni utópicas realidades, ni la mismísima tecnocracia con su globalizante cultura audiovisual para niños con ataques hormonales, profesionales sin la belleza interna, jóvenes de la anciana inmediatez, o recurrentes del ciber-placer. Del altruismo como excusa de pactos dejando satisfechos los bolsillos de pálidos hermanos que jerarquizan su color plateado de gris brillante por su productivo mecanismo, no obstante el máximo representante de túnica blanca en su magia dorada promueve la fe desde y hacia la más siniestra blasfemia de todas las instituciones productora y refugiada de la historia.
Observó que la filosofía podía ser más analítica, así, no sólo se quedó con su incrédula fe que mueve montañas, como la lógica tiene explicaciones comprobables pero como otro de los grandes inventos ella es soberbia por arbitraria. Y se volvió narcisista cuando el pensamiento lo ahogó.
Desde las matemáticas hasta el marxismo toda regla seduce, a partir de la experiencia personal, a la mente que se aferra porque lo necesita para sobrevivir. Eso pensó él, que no era oriental ni comunista, que nació en Sudamérica sin saber si existía ese Dios querido, siendo nieto de inmigrantes desterrados. La mezcla hecha al conducirse en el sistema mediocre con las costumbres del criollo que usurparon en origen del terreno aborigen, y el sabor de una democracia narcótica donde votan los muertos sobre el hedor de los cadáveres en un riachuelo por la masacre que justificó el miedo frío de un imperio, el cual, actualmente lo alimenta con las sobras de lo que alguna vez fue una riqueza inmerecida, ahora contaminada... ¿Pensar? Lo volvía loco: sus próceres fueron fabricados como su patria de una bandera que copia el símbolo de una dinastía monárquica. La historia lo estaba enterrando aún más profundo, todo su ser no encontró un espacio al cual aferrarse… sin embargo siguió intentándolo.
Probó con la psicología ortodoxa descubriendo los traumas de su infancia como los generadores de todos los problemas. Con el psicoanálisis se compró una agenda en la cual proyectó sus anhelos concretos pudiendo soldar sus temores. De todas, la gestáltica ha sido la más bella al aceptar sus conflictos como tales, pudo minimizar las tormentosas tragedias susurrantes. Se dio cuenta que buscaba una herramienta que descubra, proyecte, forme, o ayude al ser.
¡Justo él, que era un eterno buscador de su ser!
Ni la teología como la superstición, la fe abusiva para las mentes débiles, pudieron ayudarlo. Tampoco lo hizo el marxismo con su elaborada crítica al sistema del enriquecimiento desmedido que destruye al sujeto, o la psicología que implícitamente intenta moldear las subjetividades por medio de un lenguaje estructurante. Su objetivo era rescatarse de lo frívolo e infame, pero también del enigma universal, de los esquemas, de la aberrante lucha entre el “bien” y el “mal” por la constante de guerra al no aceptarse las oposiciones, fanatizándose las teorías o mitos en creencias bajo la amenaza de ser llevadas al extremo. Ese fanatismo que consigue homenajes simultáneos para los jinetes del Apocalipsis a través de absurdas guerras por la búsqueda del poder. Todas las ideologías son buenas y malas, todas las ciencias pretenden su absolutismo desde el momento en que no aceptan las oposiciones en otras realidades estructurando la verdad, al racionalizar sin sentir enloquecen por esta maniática lucha de la verdad como placer. Y encontró la primera ayuda para continuar su camino hacia el fin eludido: buscar y reunir fundamentos de las distintas realidades para no sentirse un esclavo de ningún pensamiento...
¡¡La verdad se encuentra en el corazón aunque el cerebro le busque una explicación!!
Platón creyó en el racionalismo y menospreció la observación de los sentidos que Aristóteles reivindicó, éste desprestigió la Teoría de las Ideas de su antecesor.
Algunos judíos confiaron en la llegada de Jesús como la aparición del Mesías, el mismo que no reconocieron otros. El mismo que justificó a los cristianos con su supuesta resurrección, el mismo que según otros, combatió a la Iglesia mientras que ésta adaptó a su conveniencia los mensajes de un hombre corriente que confusamente, al igual que Sócrates, da su vida por el hombre.
En el Barroco la mujer era bella si era obesa, en el inicio del siglo veintiuno las modelos son bulímicas, anoréxicas, y cuando no, obsesivas maniáticas de las dietas.
En la antigüedad la mujer era un órgano reproductor para los gestadores de occidente, y la nobleza la desprestigiaba evitando el deseo sexual. Así, los íconos de la cultura griega hoy son sinónimos de repulsión, por haber valorizado la belleza masculina al punto de mantener relaciones entre el mismo género.
En la Edad Media, “esa época de oscuridad”, el hombre tenía herramientas con las que podía trabajar conjuntamente con su creatividad fabricando mercadería que intercambiaba por otra para subsistir, dependen de la calidad. Sin la Inquisición llega la modernidad con el antropocentrismo, aquí la revolución industrial fabrica máquinas que producen mercadería constantemente teniendo al hombre como herramienta que se adapta al tiempo y espacio del capitalismo para generar el dinero, definiéndose como resultado del progreso, dependen de la cantidad.
Con el crepúsculo de la teoría del catastrofismo y el implante de las nuevas investigaciones biológicas en el pensamiento estructuralista, la creencia en la evolución destrona la fuerza de Dios a fines del siglo diecinueve. La naturaleza cobra un protagonismo histórico, al mismo tiempo las formas “puras” del naturalismo se descomponen con la búsqueda de nuevos conocimientos espirituales en otras culturas, pero el apogeo biologicista había construido el dominio del positivismo ya entre los gérmenes de la ilustración, que decantará en pensamientos mortales desde los que pretenden la igualdad hasta los que definen la purificación o elevación de la especie humana. Así se suceden guerras y cuantos ritos implícitos tonificadores del absurdo de estructuras que pretenden fornicar con el “Poder”, como si este escondiera algún secreto que fuese una secuela olvidada por el regocijo de los antiguos dioses, el arquetipo más bello de todos los moldes.
Si el objetivo era buscarle una explicación a la vida por medio de la verdad: ¿Cuál sería el parámetro? ¿Por qué no pensar de otra manera? ¿Existe la forma de observar sin límites? Pero si pudiera eludir mis formas ¿No estaría evitando mis sentimientos aunque me encuentre seducido por la metafísica?
¿Quiénes somos los seres humanos? ¿Para qué pensar o hacer, esforzándonos, comparándonos? ¿Matarnos, castigarnos, envidiarnos, odiarnos, para qué? ¿Qué es la vida? Jamás tendrán las respuestas Dios, Freud, Marx, el Big-Bang, Darwin, Nietzsche, Einstein, mejor resueltas que cualquier cuento de ciencia-ficción. Entonces se levantó de la cama… no pudo disponerse a la libertad que le generaba ser un rebelde. Miró la hora al girar su cabeza y sólo pensó en todos lo minutos que perdió pensando, nuevamente la matemática había ganado. Debía prepararse, tenía que vestirse, le esperaba la “satisfacción” de ser argentino y adolescente al mismo tiempo, pero la frustración de saber adaptarse maravillosamente.
Él, que tenía por musa a la filosofía hasta que observó su tiempo. Ahora necesitaba dinero para pagar su tarjeta de crédito, la cual llena su eterno inconformismo con objetos que el mismo critica. Por ello se fue al trabajo, por dinero...
Él, pensante y crítico, a nadie obedece, se enoja y resigna al revolucionario.
Él, que se justifica sin excusas, pero sólo consigue marearse porque no logra entender el enigma de la filosofía, “el ciclo sin fin”.
Él, que cambia, pero nunca se irán sus experimentos, jamás se irá esa sensación de ensayo y error. Nunca le termina de convencer el juego a cada comienzo del fin. Jamás tendrá la respuesta a lo que llaman Verdad, pero no se rinde al escepticismo mientras su corazón emita latidos.
Él, que cree para conformarse y cuestiona para no esclavizarse... ¿Quién?... Ah, si lo olvidó: ¿él?
Pero no siguió, ya estaba en la oficina, debió concentrarse con los números, los papeles. Prefirió quedarse como empleado.

¡¿Y cuál es la cuestión Shakespeare?!

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