Semas hereditarios


Mil novecientos cuarenta y dos repeticiones monstruosas, toda tu elegante descompostura se disipa en tu intento al retener. Cuando las primeras imágenes se hacían audibles admirablemente escapabas de un mundo de gelatina inconstante por los fracasos del inmigrante levantando vidrios de unas vías para poder comer.
La señora volcánica nació sietemesina a los seis años después de tu primer fastidio al inhalar el oxígeno fundante que te provocó un llanto insoportable. Entiendo por qué fuiste Quimera, pero me degrada la permanencia. La jueza que elegiste para aprobar el ejército de guerreros románticos bajo los cuales mueren desgarrados todos tus irritados débiles cerdos grises parásitos del fango acostumbrados a las manías y vagancias del asco, supo albergarte con sus largas alas de amante salvaje dominante de fieras. Ella quiso esclavizarse por ser rebelde, logrando educar a la Quimera con la exposición maravillosamente carismática de una ansiosa dama, desde su piel te atrapó con su perfume seductor de encantos sin desfigurar tus reservas inmundas... De tu solemne arquitectura debo agredirte las ínfulas punzantes, de tu soberbia enfermedad puede que sepa contagiarme algunos quistes. Pero de las armas que portas reconozco ficticia persecución en los delirios que suelen amortiguarte, y sé que atravesaste una época nefasta pero me lastima justificarte sabiendo que la culpa y el hambre mastican tu conciencia de niño maltratado, transitando por los años que repiten cuevas.
La vez que volviste a llorar fastidiosamente fue cuando descubriste a la misma mujer amante de tu cuerpo administrándote la vida. Desde ese momento las tragedias grecolatinas se volvieron antiguas por la complejidad de tus escenas donde visualizás pozos de estiércol cuando, retorciéndose, Gregorio Samsa se transforma en cucaracha y Homero Simpson olvida un crayón en su cerebro. En esos instantes, momentos en que Ronald discutiría con Horacio Oliveira sobre la importancia o no de la acción mientras Rocamadour se muere y el viejo de arriba sigue golpeando, ella deshace su testarudez mirándote con ojos vidriosos, y se relaja como dejándose vencer ante la duda cartesiana de si ha sido o no astuta, mientras la Giménez, explica lo del cenicero en lo de Grondona. Todo se vuelve denso hasta que el silencio trágico de tu gordura se interrumpe: después de una cena que te llevó horas de preparación y al tiempo en que comenzás con el queso y el dulce, ella sigue disgustada por la cantidad de ajo en la salsa y vos la mirás con repugnancia empalagándote con el postre cuando los dos encuentran en un noticiero amarillento que la imagen en donde N. Armstrong pisa la Luna, sería irreal por la supuesta artificialidad de la luz... Ella se pregunta qué es real, y piensa que Verne estaría riendo en su tumba.
Al día siguiente dormís nuevamente en el letargo rutinario agitado por los nervios frutos de tu absurda cotidianeidad basada en los quehaceres que te inventás para soportar tu existencia que se torna vana e indulgente, exageradamente efímera, molesta ya que sabés aturdirte para aprender a negarte.
Y continúo entendiéndote porque todos los días siete esperás a un santo del cual también te olvidás por ser un excelente medidor de tus espasmos. Sospecho que la raíz de tus carencias se origina en el amor que no te das, ya que el letargo sobre el que nadás te mantiene helado inútilmente vociferando frases en italiano.
¡¡Y eso que sos un gran compañero!!

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