Se puede ver con los ojos pero para observar
se necesita a todos los sentidos alerta y la intuición despierta, por la
agilidad de sus viajes que registran indicios.
La información llega a los receptores para
ser procesada por el cerebro, y no es tan frío el mecanismo mediado por la
electricidad, si se compromete la comprensión bajo la cual se encuentran causas
a cada suceso.
Es decir, se necesita a una mente veloz en
función de un corazón ardiente capaz de comprender cada sentimiento
investigando su generador, sólo y entonces los fines justifican los medios.
Los indicios tienen la función de descifrar
códigos, al decodificarlos se consigue verificar la fuente emisora de un
mensaje contextualizado según los valores otorgados por esa fuente, diferente
de otras, capaces todas de elaborar códigos acordes a sus disponibilidades
socio-ambientales, económico-políticas y culturales.
Un observador necesita descubrir, y quien
busca respuestas conoce, pero la mejor manera de serle fiel al asombro requiere
sensibilidad entendida desde la pasión y el compromiso ante los cuales se
desvanecen esos intentos desconocidos, en beneficio de una bella destreza que
implica cultivar la experiencia como forma de vida.
Los observadores siempre están alertas
reaccionando ante los hechos que los determinan a ellos para seguir creciendo.
Las nuevas experiencias plantean soluciones para seguir avanzando frente al
significado más íntimo de la vida: la problemática, una disciplina que requiere
constancia, vencer la estática y afrontar nuevos desafíos.
Ver la vida como un problema a resolver no
implica estar pendiente de resultados a obtener, sino a observar los recursos
posibles como fines en sí mismos para acercarse a cuanto proyecto sea deseado
con sinceridad, vencer la comodidad y entregarse al cambio, enseña más sobre
nuestras posibilidades.
Si el observador tiene un deseo desbordante
no duda en sus impulsos porque está dispuesto a aprender de sus errores,
valientemente reúne sus fuerzas para seguir, levantarse una y mil veces, no
importan las caídas.
Quien siempre quiere ganar nunca estará
preparado para sobrevivir en un mundo donde pocos saben que equivocarse y
cuestionar beneficia al sentido, aprender a perder y encontrar la enseñanza de
cada derrota nos ayuda a volver a valorar el sentido de la vida.
Quien es un buen observador, alguna vez
entendió que no se necesita observar de afuera hacía adentro sino de adentro
hacía afuera para aceptarse y quererse, sólo y entonces es posible que lo
acepten si es que el ego está en su eje, ni más ni menos que en donde se
siente, ya no “ser” sino “estar”.
Desde allí el observador podrá adaptarse
sensorialmente con cada entorno que descubra para formarse y pertenecer.
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