Surcaron sus alas iluminado la
noche, evaporó las aguas vitales de magos ilusionistas quienes vendían un
reflejo de luz como la luz en si. Un ejercito de duendes intentó la huida pero
cuando la noche se hizo día con los cielos escarlatas coloreados por su vuelo
durante círculos concéntricos, aplastó y arrancó los miembros de aquellos,
rostizándolos entre sus garras, lanzados luego como flechas certeras hacia los
más rápidos. Su toque no logró la cumbre de sus actos hasta no haber quemado
los bosques en nieblas del dragón, era de fuego ese flamenco dorado, que desde
tiempos inmemoriales renacía para medir sus fuerzas con la serpiente alada,
mordíanse la cola uno a otro, mientras el uno perdía chispas en plumas, el
otro, en escamas moradas.
Cuando aun no había lluvias para
regar las tierras y el Sol era demasiado joven como para atravesar con su calor
el hediondo aliento de la noche, que se mezclaba denso entre las nubes hasta
congelarlas, las hierbas se alimentaron con azufre del aire y tuvieron un sabor
para todos los animales tan hipnótico que soñaban con duendes, y de entre ellos
los más fieles buscadores de un único secreto que los gobernaron hasta el Día
de los días: la vez en que la noche se hizo día. Los magos dirigieron en sueños
los actos de los animales con el fin de adivinar las formas invisibles que
advirtiesen toda permanencia en su obstinada búsqueda por un orden que siguiera
inmaculado, así descubrieron los principios del azufre, inventaron dialectos y
demás lenguajes hacia la conquista de una especie entre los animales: la
humana, que bajo sueños y hechizos hubo de aprender el arte del concilio. Para
ese entonces el Sol se descascaró, y cuando los hombres advirtieron sus
movimientos ya no confiaron en reglas de perspectiva que otorgaran límites
precisos a ese arte del concilio.
La permanencia se había
resquebrajado y las bestias se enfrentaron con tal pasión que el sueño se
confundió con la vigilia. Los amantes de la Noche supieron que el Día llegaría, por lo que se
hundieron en sus verdades tan ingenuas, hasta encontrar la última.... más
poderosa que cualquier suposición la imagen de la muerte era tan evidente como
la noche y su obtusa soledad. Del resentimiento reunieron sus oraciones,
tomados por las manos en círculos rotaron, persiguieron y ejecutaron a sus
opositores en espectáculos carniceros pero ejemplares. Desesperados educaron al
dragón para luchar contra el hijo del Sol, esa ave fabulosa que desde tiempos
inimaginables prometió renacer de sus propias cenizas.
Surcaron y rondaron los cielos en
el espacio que duran los sueños, destrezas en gritos y garras sorprendieron a
los hombres divisando el avance del reptil con sus fauces dispuestas a saborear
carne bajo plumas inflamadas. El ave hizo que sus alas se agiten y un tornado
golpeó al nocturno dragón, este giró perturbado tantas veces sobre si mismo,
sin notar sus vueltas alrededor del ave que le mutiló con su pico articulaciones
imprescindibles para lograr el vuelo. Mientras caía dolorido, de la humillación
y de la esperanza más terrible encerrada valla a saber en qué trampa para
mujer, se regeneraron los miembros del reptil, al tomarlo por su lomo, erguido,
pudo enroscarse sobre el Fénix... fue cuando el pájaro lloró lágrimas de
mercurio, y de ellas nacieron las alegrías ni bien tocaron la tierra. Con
fuerza estrangulaba el dragón que no podía recuperarse del fuego sagrado, al
tiempo en que el ave comenzaba a consumirse, la serpiente gritó de espanto ante
el Sol radiante que lo cautivó desde las inmensidades. El dragón de la noche
nunca supo que al carbonizarse empezaría la mañana, del primer Día.
Pronto, como se desvaneció la
flama, una estela, tal vez la misma de otros tiempos, se libraba de las
envolturas crecidamente oscuras... y dirigió las cenizas con un viento cálido
hacia un nido hecho a base de hierbas aromáticas. Luego creció un gusano que
puso un huevo entre las cenizas.
La Guerra Sagrada
había durado quinientos años, el Fénix sabría renacer ya no como argumento ni
defensa de los valores, sino como fábula de la persistencia contra cualquier
atrocidad mundana... como leyenda de algunas almas.
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