Siempre
surgen nuevos vacíos, impredecibles su profundidad, hay una estrecha relación
entre el tiempo y el abismo, y aunque suene macabro, la vida es deforme porque
no tiene precipicios ante las supuestas formas bajo las cuales se impregnan las
larvas del terror acostumbradas al lento acontecer cuando son propuestas como
tales. Parece no haber transcursos temporales sin abismos de carácter cómico,
tengo la certeza de creer que si no elaboramos un arduo trabajo en nuestra
psiquis, pasaremos a través del tiempo cayendo eternamente por dentro de un
abismo, sin notarlo, por lo que el tiempo sería el resultado de la nada, esta
alimentaría con fantasmas nuestra mente: con fantasías hijas del pánico que
esconden nuestro entierro por habernos domesticado, o fantasías hijas del reino
de la imaginación que aportan el arma original para escapar y ser eternos en la
historia, con bellas resoluciones creativas servidoras de la difícil tarea
llamada vida.
Cuando
lo sensible se encuentra fuera del tiempo siempre se necesita el fantasma tanto
para imaginar como para pensar, aparece como lo vívido sin serlo y sin saber
que no es lo sentido. La imaginación no absorbe la verdad del tiempo porque la
sensación no está presente pero resulta completamente lúdica en su extensión,
el pensamiento es por un lado secuencia de imágenes y por otro, todo aquello
que de lo sensible puede ser tomado mediante su forma para representar lo más
elaborable de su representación, reafirma lógicamente lo sensible sin la
presencia de su materia y simultáneamente se empapa con certeza de ser, gracias
al fantasma, forma de la materia, que se torna peligroso cuando es considerado
como totalidad, el admitirse separado de la materia lo reduce a la nada sin
saberlo, después ya no hay nada que pensar.
No existe ser sobre la Tierra que no halla sido
tentado por la nada, se denomine goce o exceso, vicio o pecado, patología o
consumismo, la nada tiene muchas formas y la más hipócrita por parecer ingenua
es la esquematización de lo cotidiano. Extrañamente el vacío puede corrernos
del eje temporal.
Sin embargo
hay un dejo de misticismo inexplicable en el alma, parece ser otra forma de
separar la materia por la vía aparentemente sensible en que la mente puede
llegar a conocer al tiempo, sin el fantasma de lo cíclico no es posible pensar
lo que nada tiene que ver con el crecimiento desde la seducción de Eros o la impotencia
y su sabor a Thanatos, figurándose así el sentido unificador del tiempo hecho
permanentemente presente a pesar del suceder.
Luego, esta
obsesión de los poetas se diluye y se percibe desafió, cada vez que el hombre
se da una respuesta encuentra en ella un secuestro o el nutriente de novedad
puesto que siempre aparece en un espacio vital, en aquel espiral definido como
tiempo… su capacidad se lee en el abismo. Es como si el hombre caminase sobre
un caracol gigante de manchas marrones y negras, las últimas tienen una
posición específica donde se contornean las primeras, una posición
determinante, cada mancha negra representa el abismo al cual el alma deberá
enfrentarse y la intensidad de su color el desafío, las primeras esperan
siempre su alborada para saltar hacia una siguiente etapa con la habilidad de
la templanza en su grito unísono-armónico enarbolando al presente. El mayor
interrogante es si vale la pena investigar la naturaleza de los abismos como
elementos de lo eterno y determinado o eventual y azaroso: Pero el sólo
imaginarlo nos multiplicaría enloquecidamente, el pensarlo nos aterrorizaría
porque logra enfrentarnos cara a cara con el fantasma más absoluto del tiempo,
el enigma de la filosofía, y el sentirlo nos silenciaría orquestando los sentidos
como si hubiéramos prometido no contar un secreto...
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