Dejarlas
plasmadas en una hoja en blanco no es más que un indicio del color que tienen
las pasiones cuando brotan las voces del que ha sido curioso en su intento de
apoderarse de lo bello, y no es por su estética que imita al amor sino por esa
forma que caracteriza a la erosión (esta palabra debería estar pintada con
distintos crayones para cada letra, y a su vez, escribirlas con varias
tipologías de tamaño y estilo) al dolor consecuente de instintos imaginativos,
vulnerables.
La belleza más
altanera por no ser vista con la mirada cotidiana, la que seduce al escultor a
realizar los relieves distorsionándolos en nombre de la ridícula “Libertad” que
se delibera por los concursos de un inteligente invento, el cual no permitirá
la oblicuidad de sus contornos lineal-mente correctos, extensos, continuando su
trayecto hacia arriba con la amenaza de una honda depresión. Pero nunca son
curvas, las quebradas de esas rectas que saben a amargo, todas son producto de
un sutil ángulo de noventa grados (esto es muy largo, me faltaría un atril).
Apoyar el
lápiz sobre los renglones (remarquemos el trazo) y comenzar a jugar con todas
las combinaciones, sin límites, dibujando formas bellas por su existencia (y digámonos
de una vez... ser minucioso cual Picasso) y no por las opciones de lineamentos
viciosos o tiranos, dentro de las posibilidades que sí rigen la sanidad del
barro que cuando seco quede ya no podrá ser moldeado. Protegido ante el viento
del océano porque siempre lo inundará de cualidad al pronunciar su avance
contra la estática.
Dibujar letras
(¡subrayémoslo! como Gombrowicz le hace decir a su Enrique en “El casamiento”)
con el fin de derrocar la esclavitud bajo las burocracias racionales (¡todo un
izquierdista. Che!) que origina la libertad envejecida por no haber sido
esculpida con manos amables (imagínense una señora vieja y perezosa ya que no
le enseñaron a hacer otra cosa más que a trazar con lápices muchos ángulos de
noventa grados, visualicen una señora doctorada en estadistica, exánime, hasta
para ir al baño) dejando a la arcilla sometida en las dulces lluvias que
reaparecen cuando el tímido océano regala su aliento al viento (¿que lindo esto
no?)
En ese lugar
donde los rayos del sol sólo nutren a las voces para seducirlas y allí derramar
su canto cada vez que llueve.
Escribir (sigo
acaramelado) para poder iluminar a las formas que cobran vida cuando abandonan
su idioma comprendiendo nuevos lenguajes del instinto creativo... El único
capaz de razonar (como esto último es imposible se genera una ironía recargada
de tendenciosidad ¡qué lastima!).
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